Tardes de cafés y lluvia.

Volví a sentirme como antes, la misma angustia y el mismo vacío me golpeaba el pecho. No me lo quise creer.

Eché las mantas hacia atrás y me incorporé un poco mientras me quitaba los cascos. El hambre invisible sonaba. Cuando los aparté de mí solo conseguí escuchar la lluvia bailar en mi tejado.

Estuve durante cinco minutos escuchando  llover y observando mis piernas, siempre me hizo gracia que estén torcidas. Dejé la mente en blanco. Vacía.

Me levanté y fui hacia la terraza, decidí abrir la ventana y  asomarme tímidamente, como si tú estuvieses allí. Por un momento observé la belleza del mundo, de los edificios, de la lluvia, de las cuerdas de ropa, de las pequeñas esculturas de mi vecina, del cielo gris ceniza, de las tejas rotas, de las persianas, del precioso canto del viento y la bonita coreografía de la lluvia... Estaba eclipsada con la belleza del mundo, tanto que no me di cuenta del frío que hacía, tenía la piel de gallina y los dientes me castañeaban, pero ya me daba igual. Sentí que el mundo me abrazaba, parecía decirme que todo iría bien, como si hubiese notado lo mucho que lo necesitaba. Me susurraba al oído lo mucho que le hacía falta a este planeta. Negué con la cabeza. Y pareció decirme que yo hacia tanta falta como la sal al mar, como Love Of Lesbian a mis oídos, como la nicotina a un cigarro, como el azúcar al café. El mundo me susurraba que soy perfecta a mi manera. 

Me vi riendo en el reflejo como una estúpida. Paré. Tenía la cara empapada y la camiseta también, estaba loca. Me solté el pelo y vi como el agua se deslizaba por mi cuerpo. Me recordó a ti.. El mundo se desplomó, ya no me susurraba nada. Ahora parecía gritarme. Quise esfumarme y aparecer bajo tierra.

Cerré las ventanas, salí de allí y automáticamente mis pies me condujeron hacia la cocina. Como siempre, en estos casos de emergencia, cogí una taza y la rellené de café, después la leche, dos cucharadas de azúcar y un cigarro. Mientras en mi cabeza retumbaba un: "Sí, saldremos de esta".